No se escucha nada salvo la juguetona brisa que mece las copas de los árboles y, si escucho bien, el viento se me asemeja a la respiración del cielo, como si estuviera vivo y expirase fuerte, levantando las pocas hojas secas que el otoño ha tenido tiempo de amarillear y dejar caer.
El frío que hace fuera es notable en mis mejillas, que toman el color del cielo cuando atardece, y lo poco que quedaba del vivo y fogoso verano comienza a tomar el aspecto de las pequeñas y congeladas flores que se marchitan en el suelo.
El húmedo aroma térreo y vegetal que flota te envuelve en cada paso que se da, y parece jugar con los colores que tiñen el mundo en esta época, y todo brilla más, y cruje más, y huele más intenso, y aunque se muestra rudo es casi terciopelo.
El otoño es almíbar…
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